martes, 21 de junio de 2011

100 canciones (parte 1)

Esta idea surgió a partir de la lectura del libro de Nick Hornby, 31 canciones. Y así tuve la irremediable necesidad de escribir sobre las canciones que han dejado en mi vida algo más que un momento de dispersión. Trataré de no pecar de simplista o, aún peor, de pretender un resultado complejo en mi selección. Las posibilidades son innumerables y la lista a lo largo de mis años puede ser incompatible con la dimensión que pueda abarcar esta serie de artículos. Se prevé un número de escritos acomodados a un ranking que no descansará en la tibieza argumentativa que sortean los programas de televisión y las emisiones de radio, sino a un número ajustado a mi necesaria voracidad de alimentarme de la música para comprender aquello que me rodea. La lista tiene un número: son cien canciones que me acompañaron, a veces circunstancialmente, otras de manera protagónica, en mis treinta y tres años, casi treinta y cuatro. Algunas canciones son hits, otras descansan en el anonimato de la gran masa consumista. Algunas conservan su esencia después de agotarlas en mis oídos, otras solo se caracterizan por el instante importante en el que han funcionado como contexto y luego acabar siendo descartables. Creo que esa es la principal motivación por la que la elección contempla la astucia de no ser intrascendente. Advierto: no será una narración cronológica de hechos, estará estipulada por lo impredecible de mis recuerdos. Y no girará en torno a una crítica sobre las virtudes musicales de cada canción, sino serán la mera excusa para contar fragmentos de una historia inacabada.

Thundertrack” de AC/DC

Una semana. Ese fue el tiempo que trabajé para comprarme una réplica de la Gibson SG roja que Angus Young empuñaba con sus pequeñas manos en la tapa de la revista Musiquero. Tenía quince años y pasé cinco días y medio barriendo, levantando maderas y rasqueteando el fondo del barco de mi abuelo; “Ana y José” así se llama el barco.Ya me habían roto la cabeza varios discos y la necesidad de hacer música era una cuestión de supervivencia durante esos años.

Tomé clases de guitarra con Marcelo a dos cuadras de mi casa, en un pequeño cuarto que su abuela le prestaba para que atendiera a sus alumnos. Las primeras clases no fueron muy alentadoras, si bien mis ganas podían afronta cualquier dificultad en la ejecución de cualquier instrumento, había cierta vocación de mi maestro por enseñarme escalas, fraseos, ritmos y acordes de jazz. Mi desilusión fue mucha, teniendo en cuenta que mis amigos ya podían tocar riffs de Metallica, y yo todavía golpeaba mis palmas sobre mis piernas, tratando de emular la rítmica que leía en el pentagrama. Hoy le estoy agradecido. Me inculcó el gusto por el jazz, Pat Metheny, Al Di Meola. Pero hubo algo que Marcelo no pudo evitar: el rock ya me había ganado las venas. Al mismo tiempo me dividía entre la complejidad espontánea del jazz y la básica estructura musical del rock. Aún así, hubo una tarde en la que mi profe de guitarra y yo nos vinculamos en la misma sintonía. Marcelo tenía tres stickers pegados en una armario que me causaron mucha impresión. El primero era el cañon del disco For Those About To Rock de AC/DC, el segundo era un nombre que en ese momento para mí era algo incomprensible: Zenyata Mondata, el tercero eran los símbolos del interior del disco de Led Zeppelin IV.

Las clases duraron solo un par de meses. Mi frecuente habilidad para llevarme materias a marzo fue algo que impidió un continuo y duradero transcurso de mi currícula musical. Pero la enzima de la música ya había germinado y nadie ni nada podía hacer algo al respecto. En ese tiempo gasté mi tiempo en recorrer las calles de la escala de Do Mayor, enmarañe mis dedos en acordes dominantes, pero por sobre todo tengo el recuerdo de que Marcelo también me enseñó como improvisar un solo sobre la base de I Use To Love Her de Guns N' Roses, aprendí a tocar la introducción de Stairways To Heaven de Zeppelin y de Money Talks de AC/DC. Marcelo hoy es docente de música en una docena de escuelas, yo simplemente alguien que escribe sobre rock. Pero quizás el recuerdo me lleva a un momento único: a la soledad de mi habitación, donde mágicamente mi oído había ubicado las notas de Thundertrack en los trastes de la guitarra, y en un acto de insolencia física, los dedos de mi mano izquierda pudieron copiar la técnica de Angus Young. Y todo eso fue gracias a Marcelo...

sábado, 18 de diciembre de 2010

EL OTRO LADO

En este lugar el hambre se respira, se toca, se siente en los huesos. Aquí, la pobreza no es un dato estadístico, ni el punto de apoyo de un ensayo sociológico; aquí, la miseria simplemente es.

El barro, la basura y las casillas de madera y chapa, son el paisaje por el cual Pichín, así le dicen sus amigos, transita su infancia. Tiene nueve años, pero por su contextura física parece más chico. El pelo negro, grasiento, le tapa los ojos. Viste la ropa que seguramente usó durante toda la semana, sus pies descalzos se acomodan entre las piedras de la calle. Su mirada es extraña, destila inocencia, timidez, desconfianza, pero también, a pesar de su corta edad, una especie de sabiduría. Toma un cigarrillo, lo prende y con gestos de avezado fumador pone las condiciones de la conversación: “si yo hablo con vos, que me das”.

Viven en villa “Garrote” desde que nació. El barrio amurallado por el olvido se encuentra entre en el límite entre el partido de Tigre y San Fernando, donde, otrora, funcionaba el Puerto que capitalizaba la economía de la zona y donde pululaban prostíbulos que en tiempos de esplendor gozaban de cierta fama.

Su casa es de madera, carcomida por la furia del tiempo, es pequeña y alberga a su familia: su madre y sus cinco hermanos. “Yo, laburo desde los seis años”, cuenta, con aire ufano; pero, él sabe que su trabajo es compensado, si con un par de monedas, logra que la paliza no sea tan brava. Pichín se levanta temprano y con su carrito desfila por las calles en busca de cartón papel y latas de gaseosa. Recorre treinta o cuarenta cuadras por día para conseguir los ansiados tres pesos, logrados por la venta de “todo lo que entra en el carrito”. “Con esta guita mi vieja compra grasa y harina”, dice Pichín. El sustento de la familia se basa en la preparación de tortillas que luego venden en la zona. “A veces no tenemos para comer, ni tortillas. A mí me jode porque mis hermanitas lloran”, se lamenta el niño, las palabras le duelen en la boca.

El chico hurga en sus bolsillos en busca de otro cigarrillo. Se sienta en el suelo, escupe y explica: “desde que mi hermano está guardado, yo traigo la guita a mi casa”. Su hermano, Darío, de 22 años hace ocho meses que está preso en la cárcel de Olmos por intento de robo al correo de Tigre. “La noche que se lo llevaron estabamos todos durmiendo. La yuta tiró la puerta y se lo llevó de los pelos. Yo cagué a patadas a un policía”, dice con odio, el resentimiento le florece en los ojos. Su destino parece marcado y no oculta la admiración por su hermano mayor: “cuando sea más grande quiero ser como el Darío, tiene unos huevos así de grande”. El hermano pertenecía a una banda de marginales que se hacen llamar Los Flacos. Este grupo de delincuentes es conocido en la zona por los estragos que han cometido; muchos arguyen que están apañados por la policía, ya sea por temor, o por negocios en común. “A mí los pibes me quieren, me dan cerveza, me hacen fumar”, se pavonea el niño. Semanalmente este grupo pasa por las casas del barrio para cobrar una cuota de diez pesos a cambio de “seguridad y protección”. Aquellos que se niegan a pagar sufren las consecuencias: “mi vecina, la Elma, no quiso pagar. Una noche entraron y le hicieron de todo”.

Por las noches su vida transcurre en los trenes. Recorre el trayecto de Tigre a Retiro una y otra vez, pidiendo monedas, o algo que comer. Desde las ocho de la noche hasta que el último tren transita su recorrido, Pichín gasta sus pies por los andenes y vagones, tal vez con la idea de que la suerte aparecerá en sus próximos pasos. Amigos de guardas, vendedores ambulantes y demás personajes de la noche, este chico se siente el dueño del lugar.

Quizás, el futuro, o eso que llamamos esperanza, acuda a su encuentro y lo salve de su destino, de lo que se ve será su vida. Tal vez, le quede la inocencia que aún conserva, sutil pero presente. Su hambre, su pobreza, su ignorancia, dejarán la huella en su rostro, en su alma. Él no sabe de políticas, ni de ideologías, no sabe si mañana su estomago recibirá alimento, tampoco sabe quien lo ayudará a luchar; él sobrevive, aún.

Pablo Méndez

sintaxis inaudita

1

Si lo desean, no ser más que lo que diré en las próximas líneas, no seré más que el infortunado al que el ocio de estos minutos que siguen y que han seguido detrás de este preciso momento en el que me encuentro sentado en un bar con nombre de animal, con personas que agitan sus billetes en busca del final de su estadía en este lugar con nombre de animal. La zona no ayuda, podría describirla como una esquina donde abogados y señoras de estirpe fingida, de piel resbaladiza y peinados armados con lujo de detalles y decisión: habría que enseñar la capacidad arquitectónica de los peluqueros. Y ya basta, escribo con la impresión del desorden, tal vez alguna idea, aunque sea sencilla, podrá apreciarse, por conocidos, o por la soledad de la jactancia propia. Servirá de algo el impulso creativo, porqué escribe la persona. Porque se sitúa en esa acción-disciplina donde es más común la indiferencia que la idolatría. Será por aguzar mis intenciones en cuestiones merecidas o ambivalencias de carácter moral. Todo juicio merece castigo, no hacia el enjuiciado, sino hacia quien lo emite, una guillotina en la lengua no vendría mal para advertir sobre la libertad de las palabras. No puedo creerlo, la señora de la mesa de al lado le pregunta a su acompañante, calculo que será vecino o servidor sexual: “¿Te vas al campo hoy?”. La verdad es que la imagen de este hombre se irá al campo este fin de semana, donde seguramente tiene una minicancha de rugby para que sus hijos se lastimen un rato antes de comer el asado que el cuidador de la estancia preparará para su patrón (el imbécil no sabe ni hacer un asado). Seguro a sus hijos el gusta el fútbol. Es injusto calificar a personas que no conozco; es muy buena la atracción que esto provoca en en mi: no solo ejercitar mi escritura, sino tal vez desenmascarar a personas que no conozco, esto es casi peor que un juicio de valor sobre personas que conozco. Ok la sintaxis inaudita (buen nombre para un blog) de este texto no mejora, seguramente habrá plausibles evocaciones, inteligentes o épicas, que sobrevaloraran a algún estudiante de letras. Tengo amigos que son estudiantes de letras y no responden a los cánones propuestos por mi: endilgar a una persona que se ha quemado los ojos estudiando los rótulos de esnobs de la palabra. Buen paso: doblegar los temas inoportunos acompañando la mortal sabiduría con oscura envidia. Ya van varias oraciones y no logro sentir la fluidez de las palabras mezclarse con mis pensamientos. Es elemental presentar palabras que posiblemente no tengan sentido alguno, para que otra persona la disfrute. Nadie lo va a disfrutar puesto que no mostraré ni una línea de todo esto. Es imcreíble como la gente habla de dinero, me resulta obsceno. He leído blogs de autores conocidos/as donde tratan de parecer creativos incrustando palabras en otro idioma en textos de su propio idioma (me hacen acordar a Terminator diciendo “hasta la vista baby”. Inédito; la verdad es que esta palabra la utilizo con frecuencia, será una palabra útil, será una palabra que mi inconsciente expulsará al exterior con sufrida condena. Ya estoy cansado, no logro demostrar nada con estás palabras simplemente son ejercicio solitario de algo que pretende ser genial. Basta este ejercicio merece el entierro de mi propia persona intelectual hasta que encuentre una buena forma de inspiración. Tengo ganas de eyacular calidad, es eso posible en el mundo de la fantasía, donde las musas y la inspiración funcionan como dioses abyectos, sí dioses abyectos, que merecen la guillotina en la lengua, ja, ¡basta! Podrá ser esto un texo para que alguien lo lea en algún parakultural del siglo veintiuno, no lo sé, tal vez esos malditos bufones llamados stand up logren algo , obviamente suavizando estás palabras con un poco de edulcorante. Basta! A veces necesito decir algo como esto: hijos de puta, metanse una verga bien en el orto, sí sí a ustedes manga de débiles mentales edulcorados. Estoy con la cabeza en otro lado, recién mi madre me dijo que un vecino se había ahorcado, lo conocía, de vista, creo que nunca hablé con él, pero no puedo sacarme de la cabeza la imagen de ese hombre ahorcado, mi cabeza no puede dejar de graficar esa situación, pura fantasía autodidacta; sí es así, siempre imagino situaciones en la que no estoy presente, me han contado épicas situaciones donde en mis pensamientos soy el protagonista, el héroe, creo que debo asistir a una sesión más por semana con mi terapeuta, fuck, ven así los nuevos escritores buscan innovaciones en las letras argentinas. Como puedo llamar a todo esto: ¿fluir de la consciencia?¿Asociación libre?¿Monólogos imperfectos?¿Sintaxis inaudita?¡Basta!

lunes, 30 de agosto de 2010

Hansel y Gretel (para contarles a sus hijos antes de dormir).

Tengo que ordenar esta crónica: Sábado doce de la noche, después de unas empanadas de pollo, después del postre de rigor, el Camel ritual y el cansancio acumulado de la semana, el plan perfecto: ver una película surcoreana. Hansel y Gretel: la fábula infantil matizada con ribetes de suspenso y terror oriental. Ni Home Theater, ni Bluray, ni dvd con HDMI ni nada por el estilo. Una caja de zapatos en la punta de la cama hace las veces de soporte de mi notebook (imagino que muchos dirán que ver una película en una computadora no tiene onda); es decir, no tengo idea de si se estrenará o si se estrenó por las salas argentinas. Cruzo la línea de la legalidad más por cuestiones de comodidad que por convicción antisistema. De nada sirve ser un proletario si sobre la caja de zapato una Macbook blanca reluce en la oscuridad. La historia toma el cuento infantil moralista, donde la moraleja es clara: cruzar los páramos prohibidos conlleva el castigo de la pérdida (pero la peor de todas, la de no encontrar el camino), y revierte la trama original como una especie de venganza infantil. Un hombre de 30 años choca en la ruta y se interna en un bosque donde una niña lo lleva a su casa donde se encuentran sus otros dos hermanos y sus padres (cuando vean la peli se darán cuenta porqué el orden de prioridad familiar está puesto de esa manera). Desde ese momento intuimos que la cosa viene heavy: Cuadros con conejos de mirada aterradora, padres excesivamente sonrientes, una cena donde abundan las golosinas. Se puede intuir lo que sigue, claro está el hombre buscará el camino hacia la ruta una y otra vez y no lo encontrará. (Más de una vez mi mujer me mira y pregunta si ya me he dormido). De aquí hacia el final, sorteando con habilidad la restricción de Megaloud de los 72 minutos. la cosa se va enrareciendo aún más, pero dejaré que ustedes lo averigüen (única manera de justificar que me he dormido en la última parte de la película).

martes, 29 de septiembre de 2009

2

La mujer fragmentada: En círculos oscuros (absorbe, resucita, miente, deja que el viento huya de tu boca esmaltada), en líneas perfectamente corrompidas (deja que un grito parta tus ojos, en estrechos huecos de azúcar invisible, deja que otros dientes marquen tu piel).
La mujer incandescente: perfectamente aliterada
(insulta, duerme, suda, esquiva las luces de cualquier ventana), con pieles mutantes (acomoda los movimientos en las arrugas de una cama), con manos adiestradas fecundadas en algún sexo (merece el riesgo que escoge la mirada).
La mujer visceversa: que sostiene su interior perverso y enlutado (lastima, consuela, muere, siente el olor de la carne quemada), en el aire duro (imita las secuencias del tiempo ordinario),
en el aliento extraño (acomoda tu saliva en las fuentes de la hiel).
La mujer inconclusa: Árida en palabras (espera, acaricia, deambula, esconde tu fuerza es su espalda impenetrable), húmeda en sabores (percibe su sexo ahogado en la trémula palabra),
irreconocible en secuencias repetidas (penetra en las coordenadas de su voz).
La mujer final: terrestre o de espuma (camina, ríe, sangra, la imagen en vida de la música prohibida), víctima o incapaz (advierte la felicidad pasajera), generosa o prescipitada (perturba la eficacia de sus labios), rápida o final (goza, desnuda, pide, convierte en lucha tu espacio final, busca el rostro inesperado, guarda el recuerdo paralelo).
Sorprende, castiga, eyacula.

1

Lo obsceno de tu reproducción en el tiempo: un cuerpo ajado que se repite hasta agotarse. Sos la materia que urge detrás del viento, siempre tarde y devuelta en el camino, ese que siempre esta mutilado por tu ojo neutral. Una piedra que funciona de reposo, o el lamento perpetuo, o tu cuerpo seco, fundido en la dureza del suelo. La esperanza no es la espera dormida en tus músculos, es la incomodidad de un espejo infinito, donde solo puede entrar aquel que quiera repetir sus pensamientos, siempre ordenados, bajo la tutela de alguien que siempre está, que no deja, y está, simplemente está, castigando, anulando, perfectamente anudado a tu cuerpo. No duermas más en esa casa imantada, en esa habitación que no gira, que está latente, pero no advierte tu movimiento. No duermas en esa cama pretérita, invisible, anormal, donde todos duermen, en estado de alerta. No es tu hábitat.

viernes, 9 de enero de 2009

“Las palabras son mas peligrosas de lo que pensaba”

(Breve entrevista ficcional a una de las voces más oscuras de la poesía argentina: Alejandra Pizarnik. Un relato atemporal que husmea en la cotideaneidad de una mujer que se aisló en la incertidumbre de la poesía/vida)

Bajo del colectivo y encaro hacia la calle Montevideo, busco la altura con impaciencia pero a la vez con nerviosismo. Una de esas voces anónimas que muchas veces se descarta, llamó hoy a la redacción, y un dato que pudiera ser pueril por su inconsistencia, llamó mi atención: Alejandra Pizarnik, luego de estar cinco meses enclaustrada en el Hospital Pirovano, se encuentra en su casa solo por el fin de semana. Los rumores fueron varios (intentos de suicidio, depresiones), seguramente todos falsos, pero en ellos recae la intención de mi entrevista. Es una de las voces poéticas más potentes de los últimos años, y las versiones que la ubicarían como una artista maldita se diluirían en la verdad de su testimonio. Miro mi agenda para confirmar la altura del edificio e involuntariamente me doy cuenta de la fecha, 25 de septiembre, hace cuatro días que comenzó la primavera, y pienso, con el humor negro que me caracteriza, “Tendría que estar prohibido suicidarse en primavera. Alejandra no sería tan obvia.” Sonrío torpemente.

Toco el portero del departamento C del séptimo piso, y espero sin mucha confianza una respuesta. Luego de un par de minutos una voz grave me contesta. Ya en la escaleras (le tengo miedo a los ascensores) ensayo un par de preguntas en mi cabeza, no tenía ningún cuestionario preparado. Debo advertir que solo conozco a Pizarnik por fotos. Me abre la puerta una mujer con un cuerpo diminuto casi de niña, demasiado flaca para ser una mujer adulta. El pelo corto y algunos rasgos endurecidos la muestran con un aire masculino. Esta vestida con un pantalón que le va muy grande y con un pulóver de hilo demasiado usado. Tiene los pies descalzos. Me extiende la mano y en los dedos frágiles que trato de no romper, no puedo dejar de notar marcas que parecen dientes. Me hace pasar y sin decir una palabra me señala el sillón. Me siento con la soberbia de haber conseguido algo que muchos buscaban.

-¿Quisiera saber en que estás trabajando en este momento?

Me mira de forma penetrante, con los ojos extraviados, como si no entendiera la pregunta.

-Ya no me dedico más a la escritura, he abandonado todo plan literario. Sé que escribo bien, y eso es todo, las palabras son más peligrosas de lo que pensaba. -Tal vez los últimos libros de prosa que has publicado han desorientado a la crítica. -Nadie sabe que fue lo que quise decir con La condesa sangrienta… (levanta su pulóver y me muestra algunas heridas que hay en su muñeca) esto lo hago porque estoy aburrida (se ríe), lo hago para jugar.

El clima se enrarece, trato de pensar en alguna pregunta que la distienda, pero ella continuo sumida en algún objeto de la casa que no logro visualizar, casi no parpadea.

-Has estado alejada del ambiente… -He estado alejada, pero lamentablemente siempre estoy, soy, ser-estar, esos verbos ya me disgustan, están muy usados ya…

Pido permiso para ir al baño, como no encuentro respuesta de su parte me levanto y lo busco por mi cuenta. En el recorrido solo veo cosas que enturbian la realidad de cualquier persona: muñecas maquilladas en una ronda como espectadoras de algo posible, un pizarrón con la leyenda “No quiero ir nada más que hasta el fondo.” Entro al baño, me mojo la cara y me sorprendo de la cantidad de frasquitos con pastillas que hay sobre el piso. Me doy cuenta de que no voy a conseguir nada de esa entrevista y allí en entre la blancura, un inodoro y frasquitos de pastillas decido retirarme.

Varias cosas cruzan mis pensamientos: ciertas advertencias, algunas consideraciones morales, fastidio por no conseguir lo anhelado. Prendo un cigarrillo y con corrosiva decisión me digo a mi mismo en el espejo del ascensor “Algunas cosas solo tienen que dejarse llevar hasta el fondo".