martes, 29 de septiembre de 2009

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La mujer fragmentada: En círculos oscuros (absorbe, resucita, miente, deja que el viento huya de tu boca esmaltada), en líneas perfectamente corrompidas (deja que un grito parta tus ojos, en estrechos huecos de azúcar invisible, deja que otros dientes marquen tu piel).
La mujer incandescente: perfectamente aliterada
(insulta, duerme, suda, esquiva las luces de cualquier ventana), con pieles mutantes (acomoda los movimientos en las arrugas de una cama), con manos adiestradas fecundadas en algún sexo (merece el riesgo que escoge la mirada).
La mujer visceversa: que sostiene su interior perverso y enlutado (lastima, consuela, muere, siente el olor de la carne quemada), en el aire duro (imita las secuencias del tiempo ordinario),
en el aliento extraño (acomoda tu saliva en las fuentes de la hiel).
La mujer inconclusa: Árida en palabras (espera, acaricia, deambula, esconde tu fuerza es su espalda impenetrable), húmeda en sabores (percibe su sexo ahogado en la trémula palabra),
irreconocible en secuencias repetidas (penetra en las coordenadas de su voz).
La mujer final: terrestre o de espuma (camina, ríe, sangra, la imagen en vida de la música prohibida), víctima o incapaz (advierte la felicidad pasajera), generosa o prescipitada (perturba la eficacia de sus labios), rápida o final (goza, desnuda, pide, convierte en lucha tu espacio final, busca el rostro inesperado, guarda el recuerdo paralelo).
Sorprende, castiga, eyacula.

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