martes, 29 de septiembre de 2009

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La mujer fragmentada: En círculos oscuros (absorbe, resucita, miente, deja que el viento huya de tu boca esmaltada), en líneas perfectamente corrompidas (deja que un grito parta tus ojos, en estrechos huecos de azúcar invisible, deja que otros dientes marquen tu piel).
La mujer incandescente: perfectamente aliterada
(insulta, duerme, suda, esquiva las luces de cualquier ventana), con pieles mutantes (acomoda los movimientos en las arrugas de una cama), con manos adiestradas fecundadas en algún sexo (merece el riesgo que escoge la mirada).
La mujer visceversa: que sostiene su interior perverso y enlutado (lastima, consuela, muere, siente el olor de la carne quemada), en el aire duro (imita las secuencias del tiempo ordinario),
en el aliento extraño (acomoda tu saliva en las fuentes de la hiel).
La mujer inconclusa: Árida en palabras (espera, acaricia, deambula, esconde tu fuerza es su espalda impenetrable), húmeda en sabores (percibe su sexo ahogado en la trémula palabra),
irreconocible en secuencias repetidas (penetra en las coordenadas de su voz).
La mujer final: terrestre o de espuma (camina, ríe, sangra, la imagen en vida de la música prohibida), víctima o incapaz (advierte la felicidad pasajera), generosa o prescipitada (perturba la eficacia de sus labios), rápida o final (goza, desnuda, pide, convierte en lucha tu espacio final, busca el rostro inesperado, guarda el recuerdo paralelo).
Sorprende, castiga, eyacula.

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Lo obsceno de tu reproducción en el tiempo: un cuerpo ajado que se repite hasta agotarse. Sos la materia que urge detrás del viento, siempre tarde y devuelta en el camino, ese que siempre esta mutilado por tu ojo neutral. Una piedra que funciona de reposo, o el lamento perpetuo, o tu cuerpo seco, fundido en la dureza del suelo. La esperanza no es la espera dormida en tus músculos, es la incomodidad de un espejo infinito, donde solo puede entrar aquel que quiera repetir sus pensamientos, siempre ordenados, bajo la tutela de alguien que siempre está, que no deja, y está, simplemente está, castigando, anulando, perfectamente anudado a tu cuerpo. No duermas más en esa casa imantada, en esa habitación que no gira, que está latente, pero no advierte tu movimiento. No duermas en esa cama pretérita, invisible, anormal, donde todos duermen, en estado de alerta. No es tu hábitat.

viernes, 9 de enero de 2009

“Las palabras son mas peligrosas de lo que pensaba”

(Breve entrevista ficcional a una de las voces más oscuras de la poesía argentina: Alejandra Pizarnik. Un relato atemporal que husmea en la cotideaneidad de una mujer que se aisló en la incertidumbre de la poesía/vida)

Bajo del colectivo y encaro hacia la calle Montevideo, busco la altura con impaciencia pero a la vez con nerviosismo. Una de esas voces anónimas que muchas veces se descarta, llamó hoy a la redacción, y un dato que pudiera ser pueril por su inconsistencia, llamó mi atención: Alejandra Pizarnik, luego de estar cinco meses enclaustrada en el Hospital Pirovano, se encuentra en su casa solo por el fin de semana. Los rumores fueron varios (intentos de suicidio, depresiones), seguramente todos falsos, pero en ellos recae la intención de mi entrevista. Es una de las voces poéticas más potentes de los últimos años, y las versiones que la ubicarían como una artista maldita se diluirían en la verdad de su testimonio. Miro mi agenda para confirmar la altura del edificio e involuntariamente me doy cuenta de la fecha, 25 de septiembre, hace cuatro días que comenzó la primavera, y pienso, con el humor negro que me caracteriza, “Tendría que estar prohibido suicidarse en primavera. Alejandra no sería tan obvia.” Sonrío torpemente.

Toco el portero del departamento C del séptimo piso, y espero sin mucha confianza una respuesta. Luego de un par de minutos una voz grave me contesta. Ya en la escaleras (le tengo miedo a los ascensores) ensayo un par de preguntas en mi cabeza, no tenía ningún cuestionario preparado. Debo advertir que solo conozco a Pizarnik por fotos. Me abre la puerta una mujer con un cuerpo diminuto casi de niña, demasiado flaca para ser una mujer adulta. El pelo corto y algunos rasgos endurecidos la muestran con un aire masculino. Esta vestida con un pantalón que le va muy grande y con un pulóver de hilo demasiado usado. Tiene los pies descalzos. Me extiende la mano y en los dedos frágiles que trato de no romper, no puedo dejar de notar marcas que parecen dientes. Me hace pasar y sin decir una palabra me señala el sillón. Me siento con la soberbia de haber conseguido algo que muchos buscaban.

-¿Quisiera saber en que estás trabajando en este momento?

Me mira de forma penetrante, con los ojos extraviados, como si no entendiera la pregunta.

-Ya no me dedico más a la escritura, he abandonado todo plan literario. Sé que escribo bien, y eso es todo, las palabras son más peligrosas de lo que pensaba. -Tal vez los últimos libros de prosa que has publicado han desorientado a la crítica. -Nadie sabe que fue lo que quise decir con La condesa sangrienta… (levanta su pulóver y me muestra algunas heridas que hay en su muñeca) esto lo hago porque estoy aburrida (se ríe), lo hago para jugar.

El clima se enrarece, trato de pensar en alguna pregunta que la distienda, pero ella continuo sumida en algún objeto de la casa que no logro visualizar, casi no parpadea.

-Has estado alejada del ambiente… -He estado alejada, pero lamentablemente siempre estoy, soy, ser-estar, esos verbos ya me disgustan, están muy usados ya…

Pido permiso para ir al baño, como no encuentro respuesta de su parte me levanto y lo busco por mi cuenta. En el recorrido solo veo cosas que enturbian la realidad de cualquier persona: muñecas maquilladas en una ronda como espectadoras de algo posible, un pizarrón con la leyenda “No quiero ir nada más que hasta el fondo.” Entro al baño, me mojo la cara y me sorprendo de la cantidad de frasquitos con pastillas que hay sobre el piso. Me doy cuenta de que no voy a conseguir nada de esa entrevista y allí en entre la blancura, un inodoro y frasquitos de pastillas decido retirarme.

Varias cosas cruzan mis pensamientos: ciertas advertencias, algunas consideraciones morales, fastidio por no conseguir lo anhelado. Prendo un cigarrillo y con corrosiva decisión me digo a mi mismo en el espejo del ascensor “Algunas cosas solo tienen que dejarse llevar hasta el fondo".

martes, 6 de enero de 2009

La nada misma

Ya es miércoles y el reloj de la computadora marca las tres de la mañana, hace rato me quedé sin cigarrillos, y la mejor excusa para seguir al frente del monitor es la inexplorada voluntad nocturna de escribir, quemar los dedos en el teclado parece una tarea mucho más decente que gastar la almohada con doce horas de sueño estéril e infecundo. La receta es útil: el moviniento de los falanges transportando las pocas ideas que quedan a estas horas de la noche, acompañado por música (en este caso, el disco solista de John Frusciante) y por el vaho pesado de los retazos de una tormenta de verano.

"La nada misma", así se llama esta primera entrada que quizás diste mucho de algo sabio, pero a veces analizar los pequeños gérmenes ayudan a explorar una idea más o menos acabada. En este momento necesitaría algo fresco para saciar el calor que promete el sol antes de salir, pero siempre en este caso se me apetece una cerveza o un destorillador, un champán caro sacado del freezer, pero lo único que encontraría en la heladera es Coca Cola light. Me pregunto si para escribir es necesario acomodarse en un contexto ideal. La cabeza se licúa y pienso en distintas situaciones que propiciarían un momento inolvidable en los anales de la escritura creativa. Acaso el sexo oral sería un buen complemento para esta maratón de letras, y no puedo dejar de excitarme, pero tal vez un orgasmo simultáneo con el final de un poema alcanazaría para debatir sobre el eterno amor entre autor y obra, claro está que obtendría la calificación de casual y no bastaría para escribir una novela, que aún imperfecta no alcanzaría la oportunidad de transcender como producto de una muy buena felatio.

La música como muy bien lo he mencionado con antelación, provee de un clima específico para que el escritor se sienta acompañado por una banda de sonido que colabore con su escrito, que lo ambiente, que le sirva de justificación para una estructura gramática, no es lo mismo escribir con una base cuadrada de los Rolling Stones (me aburre pensar en Star me up, no así en Gimme shelter) que sufrir con las variaciones rítmicas de algún ritmo de jazz (irremediablemente recuerdo el caos espontáneo de Charlie Parker).

Por otro lado, supongo que la posibilidad de visitar los cielos con alguna sustacia ilegal, merecería cierta atención, seguramente me atrevería a escribir como Poe, en una licuadora que mezclaría la realidad con la fantasía como resultado de un buen saque de opio. O tal vez conservaría la atención con una dosis de anfetaminas. O nuevos mundo aparecería con el ácido mágico de los Doors. He aquí la solución: un porro desataría la paranoia en mi cabeza y alcanzaría el éxito como novelista de policiales. Pero nada serviría, solo escribir por escribir es suficiente para comprobar que la antesala no recae en la artificialidad de una sustancia sino en claudicar ante el impulso, las letras atraen, devoran los instantes inertes y los devuelven en desechos extraornarios.

A la cuatro de la mañana son muchas las conjeturas que se pueden hacer acerca de este arte de escribir, seguramente este texto tiene demasiadas líneas, tantas que nisiquiera sé porqué la necesidad de ellas. Este será el principio de noches, tardes o mañanas donde la única condición es aislarse en estos espacios en blanco para expresar, para contar, de eso solo se trata, de lograr satisfacción, o sea sufrir y flagelarse, untarse en el desquicio del deseo, de autoestimularse y escribir, solo escribir...