martes, 6 de enero de 2009

La nada misma

Ya es miércoles y el reloj de la computadora marca las tres de la mañana, hace rato me quedé sin cigarrillos, y la mejor excusa para seguir al frente del monitor es la inexplorada voluntad nocturna de escribir, quemar los dedos en el teclado parece una tarea mucho más decente que gastar la almohada con doce horas de sueño estéril e infecundo. La receta es útil: el moviniento de los falanges transportando las pocas ideas que quedan a estas horas de la noche, acompañado por música (en este caso, el disco solista de John Frusciante) y por el vaho pesado de los retazos de una tormenta de verano.

"La nada misma", así se llama esta primera entrada que quizás diste mucho de algo sabio, pero a veces analizar los pequeños gérmenes ayudan a explorar una idea más o menos acabada. En este momento necesitaría algo fresco para saciar el calor que promete el sol antes de salir, pero siempre en este caso se me apetece una cerveza o un destorillador, un champán caro sacado del freezer, pero lo único que encontraría en la heladera es Coca Cola light. Me pregunto si para escribir es necesario acomodarse en un contexto ideal. La cabeza se licúa y pienso en distintas situaciones que propiciarían un momento inolvidable en los anales de la escritura creativa. Acaso el sexo oral sería un buen complemento para esta maratón de letras, y no puedo dejar de excitarme, pero tal vez un orgasmo simultáneo con el final de un poema alcanazaría para debatir sobre el eterno amor entre autor y obra, claro está que obtendría la calificación de casual y no bastaría para escribir una novela, que aún imperfecta no alcanzaría la oportunidad de transcender como producto de una muy buena felatio.

La música como muy bien lo he mencionado con antelación, provee de un clima específico para que el escritor se sienta acompañado por una banda de sonido que colabore con su escrito, que lo ambiente, que le sirva de justificación para una estructura gramática, no es lo mismo escribir con una base cuadrada de los Rolling Stones (me aburre pensar en Star me up, no así en Gimme shelter) que sufrir con las variaciones rítmicas de algún ritmo de jazz (irremediablemente recuerdo el caos espontáneo de Charlie Parker).

Por otro lado, supongo que la posibilidad de visitar los cielos con alguna sustacia ilegal, merecería cierta atención, seguramente me atrevería a escribir como Poe, en una licuadora que mezclaría la realidad con la fantasía como resultado de un buen saque de opio. O tal vez conservaría la atención con una dosis de anfetaminas. O nuevos mundo aparecería con el ácido mágico de los Doors. He aquí la solución: un porro desataría la paranoia en mi cabeza y alcanzaría el éxito como novelista de policiales. Pero nada serviría, solo escribir por escribir es suficiente para comprobar que la antesala no recae en la artificialidad de una sustancia sino en claudicar ante el impulso, las letras atraen, devoran los instantes inertes y los devuelven en desechos extraornarios.

A la cuatro de la mañana son muchas las conjeturas que se pueden hacer acerca de este arte de escribir, seguramente este texto tiene demasiadas líneas, tantas que nisiquiera sé porqué la necesidad de ellas. Este será el principio de noches, tardes o mañanas donde la única condición es aislarse en estos espacios en blanco para expresar, para contar, de eso solo se trata, de lograr satisfacción, o sea sufrir y flagelarse, untarse en el desquicio del deseo, de autoestimularse y escribir, solo escribir...

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